La movilidad eléctrica como instrumento imprescindible de la estrategia energética

movilidad eléctrica
Por Arturo Pérez de Lucia, Miembro del Comité Gestor del Foro para la Electrificación

La contaminación atmosférica es uno de los principales problemas que afectan a las ciudades y a sus habitantes, no solo debido a las emisiones de CO2, sino también a los óxidos de nitrógeno y micropartículas, que afectan a la salud. Por ello, todas las grandes ciudades del mundo centran sus esfuerzos en combatir estos riesgos y la movilidad eléctrica se presenta como la alternativa al transporte público, privado o compartido para la mejora de la calidad del aire, al tiempo que se implementan políticas de restricción e incluso prohibición en el acceso de vehículos de combustión a los centros urbanos.

El debate medioambiental enfrenta, de este modo, a las diversas tecnologías de propulsión, que no solo argumentan con vehemencia sus bondades frente al cambio climático, sino que, en su estrategia de defensa, cuestionan las de sus competidoras con planteamientos que en ocasiones flirtean con lo absurdo pero que muchos compran en función de sus propias creencias e intereses o por simple ignorancia.

Desde la perspectiva medioambiental, el vehículo eléctrico es el más eficaz por cuanto carece de emisiones contaminantes y acústicas en la propulsión y también en su análisis del pozo a la rueda si nos centramos en España, donde en torno al 70% de la generación eléctrica es libre de CO2. Aun así, el debate está servido y hay quien sigue cuestionando lo evidente.

Pero si hay algo que define a la movilidad eléctrica y que la diferencia absolutamente del resto de tecnologías de propulsión, si hay un argumento innegable e incuestionable que la hace destacar es su capacidad para poder interactuar con el sistema eléctrico, beneficiándolo, en un mundo cada vez más urbano basado en ciudades inteligentes que demandan cada vez más energía para mantener la calidad de vida de sus habitantes sin que ello afecte necesariamente al entorno y a la salud.

El vehículo eléctrico es movilidad sostenible, pero también y sobre todo, es eficiencia energética, no solo en su rendimiento, que supera el 90 por 100 mientras que otras no alcanzan el 30 por ciento, sino también como impulsor de las energías renovables, la generación distribuida, el almacenamiento energético y el autoconsumo.

De las renovables, porque la producción de energía eólica encuentra en su recarga un tándem ideal para evitar disipar una fuente autóctona y no contaminante que, sin el vehículo eléctrico, no encuentra aplicación y se desprecia frente a otros recursos fósiles. Al mismo tiempo, la producción fotovoltaica adquiere mayor relevancia cuando se combina con el vehículo eléctrico, ayudando a equilibrar la curva de demanda y minimizando las perversiones del sistema en periodos de gran consumo eléctrico.

De la generación distribuida, porque los vehículos eléctricos incorporan cada vez más baterías con mayores densidades energéticas, en el entorno de los 40 y 60 kWh, muy por encima de los consumos habituales diarios, que rondan los 15 kWh, disponiendo de una gran cantidad de energía acumulada que puede emplearse, en parte, para entregarla al sistema cuando sea preciso.

Del almacenamiento energético, porque la combinación de las energías renovables con el vehículo eléctrico precisa de estrategias de acumulación que reduzcan lo imprevisible de su generación. Los sistemas estacionarios con baterías ofrecen la opción de disponer de una electricidad acumulada barata y procedente de energías renovables en el momento en que se precise.

Del autoconsumo, porque empieza ya entenderse por parte de los gobiernos como una estrategia que lejos de amenazar la estabilidad del sistema eléctrico, contribuye a su seguridad y equilibrio. De este modo, la errónea implementación de políticas regulatorias que traten de constreñir su desarrollo llevará a impulsar la desconexión del sistema eléctrico por parte de aquellos agentes, ya sean ciudadanos, empresas e incluso, administraciones, que puedan permitirse generar con sus propios recursos la electricidad necesaria para sus consumos por medio de fuentes de energía renovables, lo que redundará en maleficio del resto de consumidores que, no pudiendo desacoplarse de la red, serán menos a repartirse los costes del sistema.

La otra opción, la que se baraja ahora en las estrategias nacionales de energía, se basa en un sistema de mecanismos regulatorios que favorezca el autoconsumo sin que ello suponga la necesidad de desacoplarse del sistema, antes al contrario, que suponga un reclamo como estrategia de mejora del mismo, ayudando a equilibrar la curva de demanda y a evitar las perversiones propias de un mercado de oferta y demanda por medio de un sistema de gestión y remuneración inteligente que, siendo más complejo, resulta más beneficioso para el conjunto de la sociedad.

En definitiva, los vehículos eléctricos pueden ser una carga flexible en las redes eléctricas, integrándose cuando resultan beneficiosos para su gestión, por ejemplo, cuando hay un exceso de energía eólica y solar disponible y cuando la demanda de electricidad es baja, o cuando sucede todo lo contrario. Su interacción con el sistema hace de la movilidad eléctrica un modo de propulsión único, inigualable, necesario e imprescindible para el desarrollo sostenible y la eficiencia energética.

Electrificación y política nacional de energía y clima

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Por Paloma Sevilla, Miembro del Comité Gestor del Foro para la Electrificación

El Ministerio para la Transición Ecológica acaba de remitir a la Comisión Europea su borrador del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima, en el que se presentan los compromisos que adquiere España en esta materia para el 2030. Pero el proceso continúa, ahora se esperan los comentarios de la Comisión Europea en junio y su versión definitiva debe estar lista antes de que finalice el año.

Un primer comentario es que a todas luces presenta unos objetivos muy «ambiciosos» a 2030. Sin embargo, creemos que son factibles y coherentes con el objetivo de alcanzar la neutralidad carbónica en 2050: 21% de reducción de emisiones de emisiones, 42% de renovables sobre el uso final de la energía, 39,6% de mejora de la eficiencia energética y 74% de renovables eléctricas.

Desde el Foro para la electrificación creemos que esto sólo será posible a través del proceso de electrificación de la economía. Si no se sigue este camino, alcanzar los compromisos será a un coste muy superior o, a lo mejor, no será.

Y para hacerlo posible destacan dos elementos fundamentales: las renovables eléctricas y las redes eléctricas. Hasta ahora la producción eléctrica a partir de fuentes renovables ha demostrado ser la más eficaz en la reducción de emisiones de forma masiva. Por su parte, las redes están llamadas a jugar un papel fundamental para poder integrar la producción renovable.

El Plan presenta unas inversiones en renovables eléctricas de casi 90.000 millones de euros, en una década, para instalar más de 50.000 MW de nueva potencia. Un primer requisito para atraer este volumen de inversión debe ser la existencia de un marco regulatorio adecuado, lo que pasa por fomentar la neutralidad tecnológica de forma que se favorezca a estas tecnologías y, a su vez, por apoyarse en el uso de mecanismos de mercado que aseguren que se realiza al menor coste posible.

Por su parte, para las redes se fija una inversión de unos 38.000 millones para definir una red bien mallada y flexible que integre toda esta energía renovable, y muy especialmente en la baja tensión, donde las opciones de autoconsumo y generación distribuida serán otras alternativas llamadas a jugar un papel esencial y, además, empoderar al consumidor. De nuevo, un marco regulatorio estable que sea capaz de atraer esta inversión se presenta fundamental.

Pero no basta con invertir en producción y en redes. Hay que electrificar. Lo que también permite mejorar la eficiencia energética. Y hay que hacerlo de manera que no se comprometa la sostenibilidad del sistema eléctrico ni la competitividad de la economía. Por ello, se deben facilitar estos nuevos usos eléctricos que están por venir, por ejemplo, en movilidad eléctrica o en calefacción/refrigeración, a la vez que se favorece el uso eléctrico en la industria.

En este sentido, la electrificación de la demanda sólo será posible por medio de una tarifa eficiente, así como de una fiscalidad que no penalice la electricidad como vector energético para la descarbonización. La reforma de las tarifas eléctricas que viene debería tender a eliminar los cargos de política energética, así como a modernizar los peajes eléctricos que incentiven el uso adecuado de la red.

Y no debemos tampoco olvidar que hay que garantizar el suministro, o la transición hacia el consumo eléctrico se verá ralentizada. El Plan lo tiene en cuenta, y prevé la entrada de hasta 6 GW de capacidad de almacenamiento que debe apoyarse en los instrumentos de mercado para posibilitar su desarrollo. Así, generación, demanda y almacenamiento podrán aportar su firmeza y flexibilidad, con los mecanismos adecuados, para asegurar el suministro en todo momento.

Por tanto, la apuesta del Plan por electrificar debe ser la respuesta a estos objetivos que se plantean. El sector eléctrico asume el reto. Y está preparado para esta transición.

Un mundo más eléctrico y más limpio

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Por Leonardo Hervás, miembro del Comité Gestor del Foro para la Electrificación, para Cinco Días

Los Estados deben plantearse seriamente las acciones para cumplir con el Acuerdo de París

Queda apenas un año para que entre en vigor el Acuerdo de París y los Estados miembros deben plantearse de forma seria las acciones que van a realizar para poder cumplir con los objetivos medioambientales planteados.

En la COP24 que se ha celebrado este mes en el seno de las Naciones Unidas se presentó el Emissions Gap Report 2018. Este informe analiza la distancia entre la senda de emisiones con las políticas y objetivos actuales y las sendas que serían consistentes con el objetivo de frenar el calentamiento global en 2 grados y 1,5 grados respectivamente. Las conclusiones del informe son claras: aún es posible cumplir los objetivos marcados en París, pero los compromisos adquiridos actualmente por los Estados no serán suficientes para evitar una subida superior a los 2 grados centígrados.

Se puede debatir mucho sobre los caminos a seguir para cumplir con este reto, pero lo que parece claro es que el mejor CO2 es el que no se emite. Atendiendo al desarrollo tecnológico actual y al uso intensivo de energía de la sociedad, el camino deberá contar con un mayor protagonismo de la electricidad, una energía que se puede generar sin emitir CO2 a la atmósfera, es barata, fiable, eficiente y limpia.

La Agencia Internacional de la Energía lo pone de manifiesto en su informe anual presentado el pasado mes de noviembre, asegurando que la electricidad será la estrella del proceso de transformación. Considera que el potencial de la electricidad es enorme, asegurando que es técnicamente viable que el 65% de la energía final consumida sea eléctrica. En España hoy el porcentaje que supone la energía eléctrica está en el 24% y, según Deloitte, para cumplir con los objetivos medioambientales deberíamos avanzar hasta un 35% de electrificación en 2030. Es posible que a un ciudadano de a pie le digan poco estos números. Quizá baste con que pensemos que al menos deberíamos ser capaces de sustituir por electricidad la energía que almacenan los combustibles de los depósitos de nuestros vehículos, y ser más eficientes medioambientalmente en la forma en que consumimos energía en nuestros hogares y en nuestros trabajos.

Para conseguir este incremento del uso de la electricidad, primero tendríamos que ser capaces de producir una mayor cantidad de electricidad sin emitir CO2. Por suerte, la tecnología ya permite generar energía renovable a un precio competitivo y, no solo eso, también existen alternativas renovables gestionables que junto con tecnologías de almacenamiento nos permitirán iniciar el proceso de transformación del mix energético. Este proceso no será inmediato, requerirá planificación y suficiente tiempo para garantizar un relevo con garantías en todos los sentidos: técnicas, medioambientales, económicas y sociales.

Una vez que tengamos suficiente capacidad de generación, tendremos que asegurar que esta energía pueda llegar a los ciudadanos cuando estos la necesiten y, al menos, a los niveles de calidad actuales. Las redes deberán afrontar dos retos muy relevantes: por un lado, deberán ser capaces de gestionar la presencia mayoritaria de fuentes de generación condicionadas por la disponibilidad del sol y del viento. Y, por otro lado, se atisba un futuro en el que el papel del consumidor cambiará radicalmente. Las nuevas tecnologías, la digitalización, el desarrollo del almacenamiento o el vehículo eléctrico permitirán transformar al consumidor en un actor activo dentro de una red cada vez más interactiva.

Por último, nos quedaría que los ciudadanos eligieran la electricidad para sustituir a las otras energías más contaminantes que se usan en la actualidad. En este ámbito, los aspectos de mayor potencial de crecimiento estarían en la calefacción y climatización de nuestros hogares y, cómo no, en el desplazamiento por carretera. No cabe ninguna duda de que el coche eléctrico nos permitiría conseguir una reducción decisiva de las emisiones de CO2 y contribuiría a que los habitantes de las ciudades disfruten de un aire más limpio. Poco a poco hay mayor presencia de vehículos eléctricos de todo tipo en las ciudades y vemos cómo se desarrollan modelos de negocio que son rápidamente adoptados por los ciudadanos; por ello es una cuestión de tiempo que esta tecnología limpia se imponga.

La Agencia Internacional de la Energía puso de manifiesto en su informe que, para que se produzca esta transformación, las señales de inversión vendrían dadas en un 70% por las políticas de los Estados y solo en un 30% por señales de precios de los mercados. Ante esta situación, es preciso que los Gobiernos y los representantes de los ciudadanos cobren conciencia del reto, de su magnitud, y tomen medidas claras para iniciar el camino. Es necesario un consenso de Estado que no se vea afectado por intereses políticos de corto plazo.

Pero no solo los Gobiernos han de actuar: los ciudadanos también tenemos que hacerlo pues somos nosotros quienes, en última instancia, decidimos cómo consumimos y qué tipo de energía. Aquí hay mucho camino por hacer. Tenemos que reflexionar sobre cómo usamos la energía pues muchas veces la consumimos de forma innecesaria. También deberemos plantearnos si no habría otras alternativas más limpias y eficientes. Sin duda, podemos hacer nuestro día a día más limpio con la electricidad: cocinar, calentar o refrigerar nuestros hogares, desplazarnos para ir a trabajar o visitar a nuestras familias…

Como ciudadanos tenemos que concienciarnos sobre la importancia que tiene dejar un futuro viable a las generaciones venideras. Tenemos que actuar desde nuestro día a día y exigir a nuestros representantes políticos que impulsen de forma decidida el cambio.

Las redes eléctricas claves para la electrificación de la economía

redes eléctricas

Por Guillermo Amann, Presidente de Asamblea General de AFBEL

Fiel a los compromisos adquiridos en la COP de Paris, la Unión Europea está impulsando el desarrollo hacia una economía baja en carbono y más eficiente en el uso de los recursos, mediante distintas políticas energéticas que se han concretado en unos objetivos de obligado cumplimiento, siendo éstos para el horizonte 2030-2050 muy ambiciosos. La transición hacia la descarbonización de nuestra economía es, hoy, una realidad y la adopción de estos objetivos demuestra que la Unión Europea quiere liderar este proceso de cambio. Es una realidad que todos los agentes involucrados en el sector energético están trabajando en soluciones cada vez menos emisoras de CO2, pero es también evidente que el vector eléctrico es el que está consiguiendo logros más evidentes con unos grados de penetración de generación de origen renovable impensable hace unos pocos años. La economía se va a electrificar progresivamente en sectores como el transporte por carretera, climatización e incluso en algunos procesos industriales intensivos en energía.

Esta transición no solo está afectando a las diferentes tecnologías de producción de electricidad sino también a su demanda y consumo. Los consumidores tienen cada vez una mayor concienciación sobre sus consumos energéticos y el suministro de energía más limpia, por lo que están adoptando un papel cada vez más comprometido y activo en el uso de los recursos energéticos a través de la eficiencia. Esto hace que la sociedad sea consiente y partícipe de aspectos como el avance de las energías renovables, el desarrollo de la generación distribuida, la necesidad del impulso al desarrollo del vehículo eléctrico o las novedades tecnológicas orientadas al consumo inteligente, la digitalización o el almacenamiento de energía.

Nos encontramos en un proceso de cambio. Un proceso de cambio en el que nuestro sistema eléctrico se enfrenta a una serie de retos en los que las redes eléctricas tienen que jugar un papel clave. Las redes eléctricas son, y seguirán siendo, el espacio común en donde tienen que operar todos los agentes, la palanca clave en la transición energética, ya que de su modernización y digitalización depende el desarrollo de los factores fundamentales para la descarbonización de la economía como son el desarrollo de la generación distribuida, el incremento de las energías renovables o la mayor penetración del vehículo eléctrico.

La digitalización y la automatización de las redes es uno de los pilares estratégicos que se tiene que tener como prioridad en esta transición hacia el nuevo modelo energético. Esta modernización de las redes eléctricas no solo implica la introducción de nueva tecnología orientada a la mejora de la operación del sistema, sino también, orientada a cumplir con las nuevas necesidades que tienen los prosumidores, aumentando su bienestar y eficiencia económica.

Se prevé que el prosumidor interactúe con la red, favoreciendo una gestión más eficiente del sistema eléctrico. Además, en momentos en los que la demanda de electricidad del sistema sea máxima, picos de demanda, las propias instalaciones de generación o las baterías eléctricas domesticas podrían volcar la electricidad de vuelta a la red, aplanando de esta forma la curva de demanda, lo que a su vez reduciría la necesidad de aumentar la capacidad de la red eléctrica. Estos avances permitirán al prosumidor tomar decisiones a tiempo real sobre cuándo, cómo y dónde consumir su energía, a la vez que mejorará de una manera notable la calidad del servicio y del suministro.

Por todo esto, las redes eléctricas son un elemento fundamental en la transición energética, integrando nuevos puntos de conexión tanto renovables como de recarga, siendo capaces de gestionar flujos de electricidad bidireccionales y adaptándose a las nuevas necesidades de todos los agentes. Sin embargo, esta modernización de las redes requerirá de la realización de nuevas inversiones a futuro que deberán de ir destinadas a fomentar la electrificación de la economía, aumentar las interconexiones internacionales, actualizar la red de media y baja tensión, desarrollar su digitalización y favorecer su automatización y modernización. No hay que olvidar que estas inversiones al tratar, en gran medida, de responder a retos tecnológicos, los nuevos puestos de trabajo que con ello se crea, son de cada vez más alta cualificación en el sector de bienes de equipo eléctrico y sus nuevas tecnologías asociadas. Además, potenciarán el desarrollo económico de todo el país, creando nuevas industrias y nuevos modelos de negocio.

El sector representado por AFBEL es puntero tecnológicamente y netamente exportador (aproximadamente un 50% de la facturación del sector), que genera un 0,5% del PIB nacional y un empleo directo e indirecto en España de más de 30.000 personas de alta cualificación.

En conclusión, las redes eléctricas tienen un papel estratégico como facilitadoras de la transición hacia un nuevo modelo energético y la descarbonización de la economía, al permitir la integración del resto de tecnologías de forma eficiente y efectiva. Por ello, en los próximos años las redes deberán experimentar un conjunto de actualizaciones y refuerzos, haciéndose cada vez más automatizadas y digitales, incorporando nuevas tecnologías, nuevos usuarios y nuevos servicios.

Un mundo más eléctrico y más limpio

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Queda apenas un año para que entre en vigor el Acuerdo de París y los Estados miembros deben plantearse de forma seria las acciones que van a realizar para poder cumplir con los objetivos medioambientales planteados

En la COP24 que se celebró la semana pasada en el seno de las Naciones Unidas se presentó el Emissions Gap Report 2018. Este informe analiza la distancia entre la senda de emisiones con las políticas y objetivos actuales y las sendas que serían consistentes con el objetivo de frenar el calentamiento global en 2 grados y 1,5 grados respectivamente. Las conclusiones del informe son claras: aún es posible cumplir los objetivos marcados en París, pero los compromisos adquiridos actualmente por los Estados no serán suficientes para evitar una subida superior a los 2 grados centígrados.

Se puede debatir mucho sobre los caminos a seguir para cumplir con este reto, pero lo que parece claro es que el mejor CO2 es el que no se emite. Atendiendo al desarrollo tecnológico actual y al uso intensivo de energía de la sociedad, el camino deberá contar con un mayor protagonismo de la electricidad, una energía que se puede generar sin emitir CO2 a la atmosfera, es barata, fiable, eficiente y limpia.

La Agencia Internacional de la Energía lo pone de manifiesto en su informe anual presentado el pasado mes de noviembre, asegurando que la electricidad será la estrella del proceso de transformación. Considera que el potencial de la electricidad es enorme, asegurando que es técnicamente viable que el 65% de la energía final consumida sea eléctrica. En España hoy el porcentaje que supone la energía eléctrica está en el 24% y, según Deloitte, para cumplir con los objetivos medioambientales deberíamos avanzar hasta un 35% de electrificación en 2030. Es posible que a un ciudadano de a pie le digan poco estos números. Quizá baste con que pensemos que al menos deberíamos ser capaces de sustituir por electricidad la energía que almacenan los combustibles de los depósitos de combustible de nuestros vehículos, y ser más eficientes medioambientalmente en la forma en que consumimos energía en nuestros hogares y en nuestros trabajos.

Para conseguir este incremento del uso de la electricidad primero tendríamos que ser capaces de producir una mayor cantidad de electricidad sin emitir CO2. Por suerte la tecnología ya permite generar energía renovable a un precio competitivo, lo que habilitará que podamos iniciar el proceso de transformación del mix energético.

Una vez que tuviéramos suficiente capacidad de generación, tendríamos que garantizar que esta energía pueda llegar a los ciudadanos cuando éstos la necesiten y, al menos, a los niveles de calidad actuales. Para ello sería preciso adaptar las redes para que sean capaces de gestionar unas fuentes de generación condicionadas por la disponibilidad del sol y del viento.

Por último, nos quedaría que los ciudadanos eligieran la electricidad para sustituir a las otras energías más contaminantes que usan en la actualidad. En este ámbito, los aspectos de mayor potencial de crecimiento estarían en la calefacción y climatización de nuestros hogares y, como no, en el desplazamiento por carretera. No cabe ninguna duda que el coche eléctrico nos permitiría conseguir una reducción decisiva de las emisiones de CO2 y contribuiría a que los habitantes de las ciudades disfrutaran de un aire más limpio.

La Agencia Internacional de la Energía puso de manifiesto en su informe que, para que se produzca esta transformación, las señales de inversión vendrían dadas en un 70% por las políticas de los Estados y sólo en un 30% por señales de precios de los mercados. Ante esta situación, es preciso que los Gobiernos cobren conciencia del reto, de su magnitud, y tomen medidas claras para iniciar el camino.

Pero no sólo los Gobiernos han de actuar, los ciudadanos también tenemos que hacerlo pues somos nosotros quienes, en última instancia, decidimos cómo consumimos y qué tipo de energía. Aquí hay mucho camino por hacer. Tenemos que reflexionar sobre cómo usamos la energía pues muchas veces la consumimos de forma innecesaria. También deberemos plantearnos si no habría otras alternativas más limpias y eficientes. Sin duda, podemos hacer nuestro día a día más limpio con la electricidad: cocinar, calentar o refrigerar nuestros hogares, desplazarnos…

Como ciudadanos tenemos que concienciarnos sobre la importancia que tiene dejar un futuro viable a las generaciones venideras. Tenemos que actuar desde nuestro día a día y exigir a nuestros gobernantes que impulsen de forma decidida el cambio.